viernes, 2 de septiembre de 2011

EL PARO CIVICO DEL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1977

El 14 de Septiembre de 1977 se vivió una jornada sin precedentes en la Historia contemporánea de los movimientos y luchas sociales en Colombia, se trató de un hecho social urbano que puso en evidencia el inconformismo social, la miopía política del régimen y el uso de la ley y el garrote como mecanismos represivos, antidemocráticos, antilibertades civiles, y violatorios de los derechos humanos, retrógrados para permitir el desarrollo social, económico y cultural de una nación que como lo ha expuesto claramente Consuelo Corredor* llegó a la modernización y al modernismo sin haber germinado en su interior los valores, principios y competencias de la Modernidad.


En el capítulo IV, motivo de la primera reseña, el profesor Ricardo Sánchez planteó como contexto de esta jornada el proceso de cambio en Colombia de un capitalismo emergente, en un contexto sociocultural aún provinciano, dependiente de la agro – exportación, que es objeto de una transformación paulatina pero radical, gestada en un crecimiento urbano sin planeación ni desarrollo, una inversión industrial dependiente de bienes de capital y punto de entrada de la inversión extranjera, manteniendo un sector exportador de productos agrícolas y de extracción de bajo valor agregado y sin embargo, un avance del capitalismo financiero en el que jugará en los años siguientes un papel no suficientemente estudiado y esclarecido, el dinero proveniente del narcotráfico. Creando una reconcentración del capital, revirtiendo lo poco alcanzado en la reforma agraria y abriendo una enorme distorsión social y cultural a través del dinero fácil y la influencia nefasta de los dineros ilícitos en el aumento de los precios en sectores decisivos como la construcción. A la par de ser el combustible de la guerra.


Las categorías usuales de referencia, como régimen, ordenamiento jurídico, clase obrera, huelga, paro, militarización, sindicalismo, frente unido, hecho social y movimiento social requerirían ser redefinidas a partir de interpretar, describir y comprender el “Paro cívico de Septiembre de 1977”, como indicador de un cambio en la orientación de la política económica de Colombia, de pasar de Estado paternalista al modelo Neoliberal.


La noción de régimen no implica necesariamente el acatamiento al orden legal de un Estado reconocido como legítimo, sino más bien el de un Estado que se impone por la coacción legal y la fuerza, en el ejercicio muchas veces ilimitado, del “monopolio de las armas”, fuerza que se impone o se dirige en claros ejemplos hacia la población civil para acallarla, reprimirla, lesionarla, para sustentar un régimen que otorga privilegios a una minoría selecta y desconoce los derechos y las necesidades de la mayoría de los habitantes que son llamados como ciudadanos y ciudadanas solamente el día de elecciones, cuando les inducen a votar por efecto de la manipulación mediática o la compra del sufragio.


Un ordenamiento jurídico no puede se entendido solamente como un conjunto de normas en la jerarquía kelseniana, orden jurídico significa que leyes e instituciones existen para servir en el desarrollo de una sociedad. Pero el colombiano “común” es escéptico y basa sus dudas respecto a la benignidad del Estado, en la noción clara o intuitiva de ser un orden cuestionable porque las leyes se hacen a la medida coyuntural de la búsqueda del enriquecimiento a costa del erario público y de mantener privilegios y exclusiones.


La huelga implica el paro de los trabajadores formalmente vinculados a un sector productivo, el paro cívico abarca el cese de toda actividad, evoca la idea de Erich Fromm[1] del “paro de consumidores” para boicotear una sociedad industrial avanzada que transforma la naturaleza en basura y hace del hombre un autofágico y compulsivo consumidor. Sin embargo el paro cívico requiere un nivel de conciencia política y de activismo social que no se ve reflejado en una insubordinación que crece espontáneamente, se desarrolla en forma de bloqueos, asonada, enfrentamiento con la fuerza pública, pero que también se agota y se termina, sin haber alcanzado políticamente en términos de lo social, de lo cultural, de lo político, de lo económico un logro para las mayorías, un frente unido de resistencia.


La militarización va más allá de reprimir desmanes de la población civil o de restaurar o mantener el orden público, militarizar no es solamente el choque entre fuerza pública y manifestantes, implica actividades de “inteligencia policiva o militar” en términos de vigilar, de perseguir, de reprimir, de espiar, la actividad sindical y la protesta social.


Lo que genera la militarización de la protesta social es criminalizar y abortar por la fuerza la manifestación contraria al ejercicio del poder, por parte de los ciudadanos(as). La militarización no es solamente sacar los policías y el ejército a las calles, portando armas letales, como se hizo en la jornada nacional del 14 de Septiembre de 1977. Militarizar la protesta social siempre va más allá de la contención del hecho; se trata de un control policivo y represivo del Estado a nivel preventivo y correctivo para evitar que de los hechos sociales coyunturales se pase a acciones conscientes, ordenadas, con objetivos políticos, constituidos así en movimientos sociales.


El impacto de la militarización, del uso de la Fuerza, es reprimir por medio del garrote, de la amenaza de detención y por el miedo a sufrir represalias legales y de hecho, para que los líderes cívicos, los organizadores de la protesta, tengan que asumir el silencio o la clandestinidad, porque no tienen un espacio para hacerse oír ante un gobierno y una política que establece por uso de la fuerza una distinción abrumadora entre gobernantes y gobernados. Y transformar a los militantes sociales enemigos del régimen y los convierte a ellos y a sus familiares en blancos móviles de crímenes de Estado.


La jornada del 14 de septiembre de 1977 fue un hecho político y social, político porque fue mediante la protesta un acto de insubordinación popular, una manifestación generalizada de descontento de un pueblo acostumbrado a no protestar, a no reclamar y a obedecer sin cuestionamientos; fue social porque se trató de un hecho multitudinario y diverso, un acto de participación masiva, popular y más que provenir de la ideología, de una cultura política de la “clase trabajadora” o surgir de un plan concertado para transformar económica y socialmente a Colombia, partió espontáneamente, se organizó en la improvisación y convocó no solamente a los trabajadores, a los sindicatos, sino a la población en general, informales, desempleados, amas de casa, estudiantes, clases medias profesionales e intelectuales que aunque en menor medida, se sumaron a un hecho cuya naturaleza social no se discute, cuya nutrida participación popular es clara, y cuyo efecto fue la turbación del orden público en grandes ciudades como Bogotá a lo que se respondió con la represión policiva, el enfrentamiento de la Fuerza Pública con la población civil y generar por parte de la oligarquía plutocrática, de la que hablara Jorge Eliecer Gaitán 28 años atrás, una política represiva que en el próximo gobierno, el de Turbay Ayala (1978 – 1982), inventa, se cree y asume el dogma de la señalización de las luchas sociales como la antesala de una influencia subversiva y se plantee como política secreta de Estado, el surgimiento de la vigilancia coactiva de cualquier forma de organización cívica relacionada posiblemente con la protesta social.


Protesta cuya causa, motivación esencial, medio de desarrollo y finalidad, fue en 1977 y continúa siendo hoy en el año 2010, el profundo descontento ante un sistema político y económico injusto, excluyente, destinado a mantener privilegios incluso a costa de la vida humana y del medio ambiente, cerrando la posibilidad a un desarrollo económico democrático incluyente y abortando en el vientre de las comunidades cualquier atisbo de lucha social y eventual rebelión golpista.


Medidas dramáticas, de una guerra sucia a escala genocida, que ha mantenido una violencia de la cual se conoce más en el exterior, que en la misma Colombia, porque las cadenas de información en manos de la oligarquía nacional y transnacional, han guardado un relativo silencio, y una cómplice indiferencia, ante las acciones continuas de desaparecer a los líderes cívicos y sindicales, y acallar con el destierro o la muerte a cualquiera que exprese en sus actos o en su discurso la búsqueda de la emancipación de un régimen antidemocrático, antisocial y profundamente legalista como mecanismo para confundir y disfrazar su corrupción e ilegitimidad; pero que no tuvo ningún cargo de conciencia ni dudó por un instante, al sacrificar vidas humanas, entre ellas la de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, en esa fatídica tragedia humana que fue la toma y retoma del Palacio de Justicia el 6 y el 7 de Noviembre de 1985, sin hablar del exterminio de la UP en la década del 90 del siglo pasado o los falsos positivos de hoy, absurdo eufemismo, al estilo criollo, de denominar crímenes de Estado de lesa humanidad.


De esta forma despótica, cruenta, las élites colombianas le han negado el derecho a la desobediencia civil al pueblo colombiano, derecho humano fundamental de los individuos y los pueblos, del que hablara ese espíritu libre Henry David Thoreau.


Derecho establecido por la esencia misma de la naturaleza humana en sociedad. Para que las únicas libertades no sean las de morir de hambre o ver como los hijos de los pobres sólo pueden ser delincuentes, obreros rasos, carne de cañón de los actores armados, incluso componiendo la base sacrificable de la Fuerza pública, o terminar en una fosa como “materia prima de falsos positivos”, que permite por el “monopolio de las armas”, la traición, la delación, la oferta y cobro de recompensas, la permanencia de un régimen totalitario que aún está lejos de ser un Estado constitucional y mucho menos un Estado social de derecho.


O que otra cosa fueron en el siglo pasado y ha sido en lo que se lleva de éste siglo XXI, el sistema estatal y los gobiernos de turno, sino un sistema político y jurídico que ha jugado astutamente con estratagemas nómicas, definiciones institucionales de Estado de “sitio” o de “excepción”, sólo para que prevalezca sobre el Derecho la ley injusta y la sórdida fuerza.


La protesta social, el derecho a desobedecer leyes injustas, incluso el de no ser parte de un régimen depredador, guerrerista, productor y consumidor compulsivo no es reconocido ni entendido, ni por gobernantes ni por gobernados. Incluso nuestro intelectuales usan las teorías foráneas como gruesos lentes que distorsionan la realidad que enfocan, bajo el reduccionismo conceptual, el anacronismo o la libre asociación que desconoce la geografía, la historia, la demografía y las reales y efectivas formas de vida de la sociedad junto a las reales y efectivas fuerzas de poder de las que hablara en “Que es una Constitución” el alemán Ferdinand Lassalle.


Sin embargo la necesidad y la falta de oportunidades son los hechos de la vida que no requieren elocuencia ni voz acondicionada a categorías, la gente común vivimos una lucha diaria para sobrevivir en un país donde no hay absolutamente nada que no tenga dueño o destinación, por eso la protesta y la lucha es menos política y más humana, obedece a un radicalismo de la realidad por encima de cualquier ideología, es algo simple y al mismo tiempo profundamente definitivo, los humildes se han cansado de ver como sus hijas se convierten a lo largo de generaciones, en mujeres abusadas, en servidumbre sin esperanza, en un ejército industrial de reserva sacrificable, en peonas, operarias y esclavas, expuestas a tener que optar entre el hambre de los hijos, un salario mínimo mensual vigente o la prostitución y delincuencia como forma de subsistencia, de resistencia, de lucha sin discurso, sin acción programática, sin misión, ni visión, sin más objetivo que pagar un arriendo, comer hasta que se pueda, mandar al hijo con la “dignidad del betún brillando en sus zapatos”.


El 14 de septiembre de 1977 las élites bogotanas recordaron de labios de sus abuelos y padres, la peligrosidad inminente de esa gleba popular, foco de todos los contagios y males, cuando azuzada por sus instintos depredadores, su resentimiento a escala universal y su falta de principios y contención, como de respeto al orden y a la ley, se lanza sin tregua, “sin Dios y sin ley”, sin el menor atisbo de respeto por la vida y los bienes ajenos al saqueo, el asesinato, a la destrucción por la destrucción, la violación, el incendio, el pillaje, de las casas y negocios de la “gente decente”, rodeada de bellacos y malandrines.


Pero en correspondencia, en 1977 se cerró el tráfico en la carrera décima y la Avenida Caracas a la altura de la calle 1ª centro, y 2ª 3ª sur, bajo influencia del combativo y popular barrio obrero Policarpa que compartía desde esa época con el barrio La Perseverancia, una importante tradición proletaria y gaitanista, con veteranos seguidores del líder liberal inmolado en 1948, con suficiente vigor aún de encausar las manifestaciones populares y dirigir la insurrección popular mediante barricadas y quema de llantas, creando así conmoción en el tráfico al cerrar estas importantes vías públicas para la movilidad de la época.


Gracias a la represión de la Fuerza pública desplegada antes de ese 14 de Septiembre de 1977, durante la jornada de insurrección popular y en desarrollo a una estrategia de política de estado represiva de la mal llamada “inteligencia”, que continúa, se ha creado un ambiente policivo y de infiltración para permear el movimiento obrero, la acción sindical y el trabajo que hacen las organizaciones sociales en procura de equidad, de la lucha comunitaria por los servicios públicos y los activistas de derechos humanos.


En mi opinión la jornada del 14 de Septiembre de 1977, bajo la categoría de paro cívico, se trató de un hecho social, más que de un movimiento social políticamente estructurado, fenómeno complejo cuya naturaleza fue fundamentalmente dialéctica. Por lo tanto es irreductible a una racionalización lineal causa-efecto.


La jornada del 14 de Septiembre de 1977 fue un acontecimiento coyuntural que sin embargo no se puede apreciar en su dimensión histórica sino se tienen en cuenta aspectos como la transformación de la sociedad colombiana de rural a urbana, la desunión sindical, las restricciones legales para poner en condiciones de inferioridad al sindicalismo bajo las restricciones de no permitírsele a los sindicatos y uniones sindicales crear empresas, pero sí dejar abierta la posibilidad, en pro de constituir una fuerza de negociación asimétrica y un monopolio sobre el mercado laboral y el valor de los salarios, que los empresarios constituyesen sindicatos de empresa.


Fórmula que incluso no ha sido necesaria de ponerse en práctica ante la debilidad que implicó y sigue vigente para el movimiento sindical, de la represión policiva, el homicidio selectivo, el soborno a algunos dirigentes sindicales, las privatizaciones, los pactos colectivos asumidos por la empresa privada y el juego corrupto de las componendas, el tráfico de influencias, las llamadas cuotas burocráticas, que controlaban el partido liberal y el partido conservador en la época del Frente Nacional y que hoy tiene el uribismo y los partidos con representación, sobre la nómina de los empleados oficiales, a lo que es necesario sumar las limitaciones legales para que los empleados públicos participen en acciones y protestas sindicales, la flexibilización laboral y la tendencia a que desaparezca el contrato de trabajo a término indefinido.


Como la realidad, desde la década de los años 70s, es de un crecimiento estructural del desempleo bajo un desarrollo de una industrialización basada en medios de automoción robótica como estrategia tecnológica de aplicar la combinación entre administración por objetivos y contabilidad de costos en la búsqueda de que el capitalista pese a los ciclos recesivos o a la sobre oferta de productos trate de compensar el congelamiento en los precios o la baja demanda de sus productos o servicios, disminuyendo sus costos fijos, principalmente la nómina.


La tecnología reemplaza y desplaza mano de obra humana, como ha sucedido en la industria textil, automotriz y de artes gráficas, sólo por dar unos ejemplos.


El 14 de Septiembre dispara todas las alertas en los actores sociales de injerencia económica, social, en la seguridad y la política, como fueron la clase empresarial, la clase política, la clase integrada por los miembros activos de la fuerza pública y de los organismos de seguridad del Estado, los sindicalistas asociados, los líderes cívicos y el mal llamado “hombre de la calle o común”.


Un hombre común, así se denomina una canción de Piero, es una categoría usada como mecanismo de despersonalización, de des-individualización, de medio para borrar la identidad del ciudadano y ciudadana que tiene derechos en el papel pero no en la realidad de ejercer las acciones para exigirlos, es subsumido(a) por un régimen que sólo lo reconoce en tanto sea agente y sujeto activo económica, y comercial y fiscalmente, en tanto se acredite como miembro de una sociedad de producción y consumo, en tanto encarne en su campo o sector productivo ser parte de la élite social, académica, científica, dirigente, políticamente exitosa, comercial y financieramente activa y referenciada positivamente, para la cual se legisla y se trazan las políticas públicas, excluyendo a millones de personas que son más de la mitad de la población en condiciones de necesidades básicas insatisfechas, (NBI).


Como hecho histórico el paro cívico del 14 de septiembre llevará en su gestación, en su desarrollo y como efecto posterior, una integración nunca antes dada del movimiento sindical, que desemboca en el Consejo Nacional Sindical (CNS). Pero esto no implica unidad y conciencia social de un movimiento obrero que permita una lucha efectiva por el cambio en la política económica y social. Sin embargo el paro en el pensamiento de las élites, convierte de manera contundente al sindicalismo, en una amenaza, entre otras razones porque es una doctrina agudizada exteriormente por la oposición entre Estados Unidos y la Unión Soviética, en plena Guerra Fría, con una política estadounidense basada en el miedo y el rechazo al comunismo y a la condena irrestricta de la revolución Cubana y al temor de que en su propio patio, sus aliadas neocolonias latinoamericanas, se conviertan en un teatro de confrontación bélica y en otro descalabro como Vietnam (1969-1975).


Al escenario político internacional debe integrarse la influencia maoísta, un tanto lejana, pero que mostraba una nueva potencia mundial, la China y divulgaba la revolución de Mao Tsetung a través de publicaciones impresas en castellano como la Revista China Comunista, cuya población objetiva eran los sindicatos, muy particularmente Fecode, Federación Nacional De Educadores.


Al lado del triunfo del hedonismo del consumo por efecto del desarrollo de los medios masivos y el mercadeo publicitario, se dan otros fenómenos incluso en apariencia contradictorios pero después perfectamente integrados al capitalismo como la psicodelia contestataria escapista, el feminismo y el hipismo, y fenómenos culturales como Woodstock (1969) sirven de inspiración como el activismo político estudiantil conocido como Mayo del 68, nace el movimiento ecologista y el pacifismo, ante el hecho de dimensionar el peligro del arsenal atómico y el daño intencional y colateral que hasta ese momento las guerras del Siglo XX habían causado en la población civil.


Surge un activismo rebelde, una militancia juvenil que promueve el descreimiento confesional, cuestionando los valores familiares y religiosos vividos por generaciones precedentes en un movimiento estudiantil pro-marxista, pro-materialista, admirador del mito del Ché Guevara, de Fidel Castro, de la Nueva Trova Cubana y profundamente crítico de la garra militar que se cernía sobre América Latina en forma de golpes de estado, y dictadorzuelos duros con su propia población y blandos ante el imperialismo norteamericano.


Esto crea una nueva, maravillosa, contradictoria y multicolor forma de pensar, de ser, de sentir y de expresarse, se puede ser marxista y católico; ateo, ecologista, pacifista y al mismo tiempo militar; ser militante en las causas sociales hasta incluso el sacrificio y paralelamente ejercer de empresario, familiarizado a sobornar funcionarios para que le adjudiquen licitaciones. Asumir la educación como un apostolado para transformar el mundo y verse afectado en lo personal por el consumo de droga, principalmente la de moda en la época, marihuana, las anfetaminas, los barbitúricos y nuevas y misteriosas drogas como el LSD o asumir peligrosos experimentos con el yagé, la ayahuasca, el peyote y demás alucinógenos amerindios con propiedades de purgantes, referidos como plantas de poder, donde escritores que anteceden a la Nueva Era como el cuestionado Carlos Castaneda escribieron sobre la apertura de umbrales nuevos de percepción y formas tradicionales, no occidentales de conocimiento.


Los viejos valores están en entredicho, la política individual y de clase converge antagónicamente en obtener a toda costa lo que se desea al precio que sea; el entretenimiento, el auge del cine, la sexualidad desmitificada del amor, del compromiso, de la familia y ensalzada como expresión de libertad y placer, desarrollan otros rituales de cortejo y crean formas de expresión afectiva en los jóvenes, se evidencian mutaciones, muchas de ellas no muy fáciles de percibir, pero que se traducen en un deterioro de la moral del catecismo católico, en una búsqueda del éxito que se identifica con el goce sin límites que promete el dinero, en el auge de lo urbano, del rock, de la música salsa, de la radionovela, de la televisión, de las discotecas y la rumba de fin de semana, se vuelve común la expresión, “viernes cultural”.


Todo esto se matizaba urbanamente con el surgimiento de un tímido movimiento cristiano anticatólico, financiado en gran parte por las Iglesias metodistas estadounidenses, que ingresaba como un movimiento cristiano alternativo, pero que de manera casi imperceptible debilitaba el poder de la iglesia Católica. Mediante publicaciones masivas de gran difusión, como las revistas Despertar y Atalaya, fue que los Testigos de Jehová han logrado desarrollar una multinacional basada en la evangelización pero cuyo producto es en esencia la industria editorial.


Hoy en Colombia la Iglesia de orientación protestante, ha alcanzado poder económico, representación en el Congreso y evidencia una fuerza cultural, social, económica y política en crecimiento. Y hace parte, como todos los elementos culturales y estéticos apenas esbozados, en un marco mental y social muy importante para entender fenómenos sociales como el paro cívico del 14 de Septiembre de 1977 a la luz de un fenómeno muy interesante en Brasil como la denominada Teología de la Liberación de Leonardo Boff, además de otras personalidades de la disidencia católica como Rubén Alves y Gustavo Gutiérrez y de repercusión en Colombia con la querida y recordada memoria de Camilo Torres Restrepo, figura aún emblemática para la comunidad de la Universidad Nacional, quien fuera sacerdote, sociólogo, profesor de la Universidad Nacional, cofundador de la Carrera de Sociología y hombre que renuncia a ser sacerdote y toma el camino de la lucha armada, en la que muere tempranamente.


* Profesora Destacada de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Colombia.
[1] Fromm, Erich. ¿Tener o ser?. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1980.

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